Hoy no me apetece escribir nada trascendental. Hoy no me apetece vomitar aquí un tema "irresolbible" de esos que merodean por mi cabeza a todas horas. Y puede que sea porque llevo un par de días con la parte de mi cerebro que se encarga de esas cosas de vacaciones.
El resto de mi cerebro está de fiesta.
Hoy, no se, me apetece escribir sin más. Por el puro placer de escribir. El placer es mío. Encantada.
Hoy me apetece escribir algo absurdo. Lo siento. Algo sin más. Algo sin más de un miércoles de febrero. No tengo ninguna intención. Tampoco la escondo. Ni la busco.
Hoy solo me apetece. Sin más.
Salía con Lidia de la biblio de Teleco. De hacer que estudiamos. Son las 10 y pico de la noche. Vamos hablando de nada demasiado importante, y eso me gusta. Se abren las puertas de salida de la facultad.
-No jodas.
Llovía a cantaros. Jarreaba, que se dice. Nos miramos. Las 2 con la chupa.
La más chulas, claro que sí.
[ ...y entonces recuerdo:
-Sara cariño, creo que hoy es mejor que no te lleves la chupa. Va a llover. Y no se puede mojar, ya lo sabes, y con lo que la quieres luego te quejas...
Oía hablar a mi madre. Pero no la escuchaba.
-¿Llover mamá?-miro por la ventana de la terraza-¿Qué dices? Pero, ¿tú has visto que cielo más despejado hace hoy?
-Mira, que tú en cuanto sale un poco el sol ya te pones tirantes... Va a llover. Ya te lo digo.
La doy un beso fugaz en su mejilla, me cuelgo de mala forma la mochila, agarro con los dientes lo que me queda de mandarina, en una mano música, en la otra Rimbaud. Doy un portazo. Como todas las mañanas. No he hecho caso. Como todos los días. ]
-Vaya, mi madre tenía razón. ¿Cómo cojones lo hace? Acierta más que los de la tele.
No tenemos paraguas, ni capucha. Yo tengo mi pañuelo violeta. Me lo pongo intentando envolver mis rizos. Lidia empieza a reírse. Yo también. Se acerca ayudarme. Vaya, gracias, ahora parezco doña Rogelia. Salimos a la lluvia. Miles de gotitas agujerean nuestra cabeza. Mi risa ya es patente del todo. Lo del pañuelo es una gilipollez. Lidia se va a su parada y entre el agua se despide, no logro saber que me ha dicho, pero me lo imagino,siempre se despide igual:
-¡Cuando llegues a casa conéctate zorrita!
Me quito el pañuelo. ¿Qué más da mojarse? Empiezo a disfrutar de la lluvia.
Hacía tiempo que no me dejaba mojar entera, y encima no hacía mucho frío. Lluvia y sin frío, perfecto. No recordaba lo mucho que disfruto con ello.
Eso solía hacerlo en Burgos hace unos meses, cuando estábamos en Fuentes Blancas, con las bicis, los primos, y empezaba a llover.
Ir en bici por el campo mientras llueve, vaya como lo echo de menos...
Llegar empapada a casa.
Llevo a nuestra uni a la izquierda, no hay nadie por la calle. Solo yo. Y empiezo a notar como el flequillo empieza a rizarse. Genial, ahora tendré tirabuzones en la frente. Voy pisando todos los charcos. Ya que estamos...
Cruzo la calle y llego a mi parada del bus. Siempre está llena. Las escaleras de Biología también. Y ahora el único indicio soy yo. No me pongo debajo. Me quedo fuera. El pelo ya me cae por la espalda chorreando.
Me gusta ese ese instante que dices ¿me mojo?
Claro que sí.
Y una vez bajo la lluvia todo parece más fácil. Es curioso como el simple hecho de empaparse un miércoles de febrero tiene la cualidad de llevarse los males. Es como si la lluvia me limpiara el alma. Como si estuviese llena de pintura, me mojase y se fuese con ella. Nude. Llévatela. No la quiero.
Miro al cielo. Con los ojos cerrados. Las gotas se peleaban por llegar las primeras a mi rostro. Notaba como alguna despistada se quedaba enredada en mis pestañas, justo ahí, colgada, a punto de morir, a punto de caer, de pasar a formar parte del charco que hay en mis pies. Parpadeo a posta. En unos milisegundos noto como todo mi ojo nota el enfado de esa gotita porque sabe que la he matado. Los abro de nuevo. Ya no está.
¿Quién quiere ser la próxima?
El autobús ya está aquí. Solo para mí. El autobusero me mira. Supongo, ahí parada, pudiendo estar a resguardo. Tranquila. Impasible. Mojada. Para mirar. Para disfrutar.
-Buenas noches. Sonrío. Pico.
-Buenas.
Me quedaría a charlar con él, pero no parece muy amigable. Pobre hombre a las 10:20 de la noche, conduciendo, solo. Me dan ganas de preguntarle por qué no tiene música. En fin.
Me siento. Intento ver algo por la ventana. Pero fuera está tan oscuro y dentro tan luminoso que lo único que veo por el cristal es mi reflejo. Mi. Nota musical.
Cuando bajo voy caminando tranquilamente. un grupo de chicas pasa corriendo a mi lado, chillan ¿por qué? Que es solo agua. Princesitas.
Alguien me sonríe. Pablo. Mi amigo de la infancia. El que juega al baloncesto, el guaperas de nuestro grupo. Viene de entrenar. No me sorprende. Tampoco que venga con la misma parsimonia por la calle que yo, tiene todo el pelo mojado. La gente mojada es más guapa. También es mi vecino de calle, así que andamos juntos en la noche.
Bajo la lluvia hablamos de cosas poco importantes y eso me gusta.
Por un momento olvido que llueve. Solo el agua chorreándole por la cara me lo indica. Él hace rato que olvidó que llovía, pero se lo recuerda mi pelo mojado, mi cara.
Llegamos a mi portal. No ha perdido la vieja costumbre de acompañarme hasta abajo. Hay cosas que nunca cambian. Seguimos hablando. No nos cobijamos. Podríamos. Llevaba llaves. Se nos hacen las 11. Me pesa todo el cuerpo. Tengo hambre. Y se me han acabado las mandarinas.
-Vámonos ya. Que al final explotamos por turgencia celular...
No se ríe. No me extraña. No tiene gracia. Eso, o que como es de letras no entiende. La B, seguro.
Me da un beso en mi empapada mejilla. Me grita algo, no le oigo bien, pero conociéndole, me lo imagino, siempre se despide igual:
-Me alegro de verte Sarandonga. Siempre.
Al final todos nos despedimos igual. Al final llego a casa. Me abre mi madre. Suelto una carcajada. La imito con su voz:
-¿Lo ves? Te lo dije Sara. Procura no mojar mucho...
-Muy graciosa, hija. Anda venga, si es que al final, siempre haces que todo te parezca divertido. Espero que los resfriados también te lo parezcan.
Ahora me sonríe ella.
Ahora me pica un poco la garganta. Me echo la miel con disimulo, tengo mi orgullo. Ella lo sabe. Yo se que lo sabe. Ella, no se cómo lo hace, pero lo sabe todo. Siempre.
Me di una ducha. Vi la peli de rigor de cada noche, tocaba Descubriendo Nunca Jamás. Maravillosa. Palomitas algo quemadas. Me conecté, zorrita. Me fui a dormir.
¿Dónde estará ahora esa gota que suicidé? ¿Me guardará rencor? ¿Estará ya en el mar?
¿O formaba parte del vaso de agua de hoy de la hora de bioquímica con el que me he atragantado?
No, las gotas de lluvia son demasiado transparentes para guardar rencor. Transparente. Me despido. Y yo no tengo un saludo siempre igual. No me despedido siempre igual. Debería buscarme uno. Para que cuando te grite bajo la lluvia tu también puedas imaginártelo. Siempre.
Y todo esto para decir que me gusta mojarme bajo la lluvia...
joder, Sarandonga¡¡
ResponderEliminarme encanta, ME ENCANTA¡¡¡¡¡¡
me encanta mojarme a mi tambien =D
es tan...
tan...
...tan, tan,...tan orgásmico, que no no quieres evitar mojarte.A mi me hace sentir vivo.
ResponderEliminarLs madres lo saben todo Sarita, todo de todo. mi madre a mi me dice que se me enciende en la frente un cartelito reflectante en e que pone:-``MENTIRA!´´.Parece una gilipollez pero la creo.Espero un dia podamos mojarnos todos juntos.O eso o ya nos encargamos Plazoleto y yo de sumergirte en un xarco de Cantarranas en el proximo partido.