Fragmento de mi entrada "Diario de tus instintos olvidados".

Y a solas, cada cuerpo compone su réquiem.Un llanto por la mitad perdida. Una lágrima por cada gota de sudor compartida. Una SONRISA por cada risa que inundó la partida.

El acto desesperado de amar lo que no tenemos. El acto desesperado de amar.
Amar desesperados ese acto.
Y desesperados sucumbir al amar.

(Fragmento de mi entrada "Diario de tus instintos olvidados".)

martes, 27 de abril de 2010

43 puestas de sol

O me gustaba mucho o no me gustaba nada. Y es que, ha sido la primera.

Nunca lo había leído, y no fuiste el primero en sorprenderte, pero si el último. No serás el último al que se lo pida, pero si el primero que me ha hecho leerlo, y digo un gran "al fin". Me gusta el momento en el que lo he leído. Y la edad. Ahora me alegro de no leerlo de pequeña. No lo hubiese entendido, quizás ahora tampoco, me corrijo, no lo habría sentido. Tal vez, como dice el autor, no sea un libro para niños, básicamente porque:
"Un niño sabe lo que busca. Tiene suerte."
No para niños, si no para los que lo han sido y aun se acuerdan.

Tan sencillo como decirme: "¿Qué no lo has leído?".
Tan sencillo como prestármelo en el pasillo con una Sonrisa. Tan sencillo.
=D
Gracias Zeta::

Lo primero que me gustó fue el libro en sí, físicamente. No me sorprendió nada, viniendo de ti, su apariencia, te pega mucho tu propio "El Principito".
Quizás, si me lo hubieses dado totalmente impoluto hubiese fruncido el entrecejo mental.

Antiguo, envejecido, por el uso, por la de miradas que se han deslizado, por la de pensamientos que ha inventado, por la de sabiduría materializada, por la de sonrisas robadas y suspiros atrapados. Por la de grafito zetado que descansa bajo tus líneas más bonitas. Tan sencillo y delicado. Como un árbol bello, anciano y sabio, color sepia, que le caen las hojas.
Aunque éstas siempre pueden servir como marcapáginas, ¿no?

Me quedé dormida en la cafetería entre papeles de bioquímica porque últimamente siempre tengo sueño. Desperté con la marca del borde de la mesa en el pecho y de mis nudillos en la mandíbula. Me fui a geo a estudiar. Pero, al sacar los apuntes, mi mano sacó el libro. Fruncí el entrecejo mental. No debería. Ni fruncirlo, ni leerlo en ese momento. Pero, hay tanto que "no debería"...
A los pocos segundos pensé en dejarlo.
A los pocos minutos pensé que un poco más y ya.
A la hora ya era suya.

Levanté la mirada. Y las que mi miraron en esa sala, no eran las que estaban cuando empecé. Sonreí satisfecha. Era justo lo que esperaba, "una gran metáfora en forma de cuentos para niños". Para la vida.
Si, definitivamente, me gustó mucho.

Un argumento locamente atrapador. Una moraleja para cada cual. Un propósito común. Pensamientos selectivos. Unas sonrisas que son generales.
Comprobar ortografía

Y he estado pensando en la historia. Como sanamente acostumbro, a pensar. Y se que no voy a sacar una opinión que pueda materializar bien aquí; es como si yo misma me hubiese robado el diario (ese que nunca logro hacer...) a mí misma.
Es como si entendiese lo que pasa cuando se me avería el avión. Miles de tuercas que recuerdan lo que una vez no fueron para ser.
Es como si paseara por mi mente, la del desierto, ese que es tan bello porque esconde un pozo en cualquier parte. Porque a mí también se me estropea y me quedo perdida en las dunas de mi desierto pasando sed, solo con mi compañía que no es poca, es suficiente, y alguien más, supongo que la conciencia, supongo que por un Principito.

Como pasear por mi mente, quizás suela aprovechar mis evasiones con una migración de pájaros silvestres. Siempre he pensado que las mentes humanas son complicadas, pero eso se dice de esas cosas que no entendemos, pero no, creo que es sencillamente que no sabemos disfrutar de estar sentados en la arena, tan solo buscamos pozos y pozos. Es mejor tropezarse con los ellos, no buscarlos, como en la vida real, ¿me explico?.
Y mientras buscas tropezarte, disfrutar de unas 43 puestas de Sol.

"Es verdad, siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un medano de la arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio."

Como en las mentes. Ellas no te hablan, pero te resplandecen. A mí las mentes me deslumbran. Como las miradas. No todas, no todos los desiertos son iguales ¿no?. Cualquier mente tiene derecho a ser visitada, a primera vista todos los desiertos son parecidos, pero supongo que no todas me gustan porque no todas tienen los mismos pozos, los mismos pensamientos.

¿Y qué harías tu con una mente? Espera, ¿acaso puedes tener una mente?
¿Y una estrella? "No, las estrellas no te necesitan". Pero entonces, por esa regla de tres, si podrías tener una persona ¿no? Os necesito y vosotros a mí. Acaso, ¿nos pertenecemos? Necesidad colectiva. Lazos internos.
Como mucho la podrás domesticar, porque yo lo único que quiero poseer en esta vida son colecciones enormes de sonrisas. Mis estrellas personales.

No voy a renunciar a esta pregunta:
"-¿Qué es domesticar?
-Es algo demasiado olvidado.-Dijo el zorro- Es crear lazos."

Pero aunque parezca que me identifico con el "piloto extraviado", en el fondo también soy algo principita, todos. Yo también vengo de un planeta muy pequeño, de esos que tiene muchas dunas. Y pozos creo que unos cuantos también. Y 7 volcanes, 2 están callados y 1 de ellos está lleno de la lava y suspiros.

No hay reyes, yo no tengo dueño, para los reyes todos son súbditos.
Y no hay vanidosos, para ellos todos son admiradores.
Tampoco ebrios. Que beben para olvidar, olvidar la vergüenza, la vergüenza del beber.
Aunque faroleros sí, muchos, son muy importantes, ellos lo saben, que cuidan que no se apague mi lamparita, pues "es importante proteger a las lámparas, una corriente de aire podría apagarlas". Que oficio tan bonito y útil.
Qué lindo es ocupaficiarse de algo ajeno a nosotros. Pero es útil porque es bonito, y no viceversa.
Ni personas de negocios que solo saber estar ocupadas. Pero si muchos sabios. Y muchísimo exploradores, yo la primera. Aunque sea pequeño. Y zorros, y corderos, y rosas... Pero siempre se me cuela algo de lo que no tengo, y siempre desatiendo de lo mucho que tengo, y siempre hay uno de cada imprescindible. Mientras no los olvides.
Los jardines son muy bonitos y grandes, pero siempre tienes tu flor favorita de cada, y en algún momento, hay una flor que resplandece por encima de las demás.
Aunque a veces las flores sean tan contradictorias.
Aunque a veces haya que aguantar 2 o 3 orugas para disfrutar de un mariposa.
Y en mi planeta si que apunto lo efímero, por eso no tengo geólogos, me gustan las cosas que corren el riesgo de extinguirse.

Pero sobre todo es ser explorador. y llevarte contigo zorros, corderos y una flor en la cabeza. Y sabios, y todo lo que quieras. Llevármelos al otro lado del planeta y sentarnos a ver las estrellas, que por suerte o por desgracia no son iguales para todos... Las lentes que se dice.
Para uno, las estrellas son guías. Para otros, problemas. Para otros, oro que cuantificar. Para otros, simples lucecitas. Pero aquí, por estos desiertos, aprenderemos a ver que la estrellas sonríen, El Principito ya lo dijo, y como no sabemos en cual está, disfrutaremos viendo como sonríen todas.
Y no sentir tristeza por lazos, por estrellas, por corderos... porque ganamos por el color del trigo.

E invertir tiempo en saber si en su estrella, el cordero se comió a la vanidosa rosa.
¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!




P.D: Sigue el caminito de palabras sepia...




sábado, 24 de abril de 2010

Ginkgo

Dicen que los mejores jardineros son los japoneses, por eso tiene los ojos rasgados, de mirar con mucha atención las hojas de sus árboles. Me gusta el cuidado y el amor con que cuidan esos increíbles jardines orientales de colores. nunca he estado en ninguno, pero cuando vaya a Japón lo pienso hacer, y ver de cerca esos preciosos árboles japoneses, los cuales, anclados en la tierra, parecen mirarnos con más sabiduría que nosotros a ellos.




Pero hubo un tiempo en que los árboles podían caminar. Que estaban floridos y rebosantes de hojas durante todo el año, viviendo una permanente Primavera. Los había de todos los tipos y colores, y los japoneses vivían en paz con ellos, cuidándolos.
Pero pasó el tiempo y algunos árboles de hoja dura se volvieron arrogantes y desafiaron al viento. Ellos estaban convencidos que ni la ventisca más fuerte podría tambalearlos, ni sus hojas arrancar. El viento aceptó el desafío.
Cundo llegó la hora, los árboles de hoja fina corrieron a refugiarse a la montaña, ese viento para ellos sería su fín. Y el huracán comenzó. Sopló como ningún japonés recordaba jamás. Los orgullosos árboles se vieron arrastrados por él. Perdieron todas sus hojas, y los que podían se aferraban a la tierra para no ser llevados.
Pero el viento y los árboles no pensaron en los demás.
Muchos animales se vieron envueltos en torbellinos de hojas, tierra y viento. Alejados. Perdidos. Pero en mayor o menor medida lograban esconderse o sujetarse a algoo.

Pero nadie pensó en los habitantes del cielo más delicados, las mariposas. Oleadas de ellas acababan chocando con cualquier cosa, incapaces de defenderse del viento huracanado. Los árboles de hoja fina que se habían resguardado en las montañas veían todo esto aterrorizados.
Al final, uno de ellos, no lo soportó más y salió de su escondite, no podía permitir que por esa absurda disputa fuesen a morir uno de los animales más bellos y delicados del Planeta. Corrió hacia ellas y las llamó. Era un árbol muy grande y habia espacio para todas. A los pocos segundos de exponerse al viento, el pobre árbol de hoja fina perdió todo su follaje, pero en ese momento solo le importaban las mariposas, que agradecidas, se aguarecieron en sus altas ramas y allí, juntos, aguantaron como puedoeron hasta que el viento cesó.




Después de aquello nada volvió a ser igual. Los árboles desafiantes habían perdido todas sus hojas y su capacidad de moverse, pues en mitad del huracán se vieron obligados a convertir sus pies en raíces y anclarse al suelo para no ser arrastrados. El viento, a pesar de haberles dado una lección de humildad, le pareció un precio muy alto vivir para siempre sin hojas, así que les dijo a los arrogantes árboles que para que no olvidaran nunca su desafío, a partir de ese momento, vivirían la mitad del año con hojas, pero en Otoño vendría a llevárselas y en Primavera a devolvérselas.
El viento se marchó.
Los árboles de hoja gruesa siguieron acomodándose a su nueva vida.

Pero en mitad de todos ellos nadie se había acordado del valiente árbol de hoja fina. Él si que las había perdido para siempre. Las mariposas le dieron las gracias muy felices de haber sobrevivido gracias a él, pero cuando remontaban todas el vuelo vieron como el largo y delicado árbol lloraba triste. Las mariposas conmovidas, volvieron y cada una, mezclando sus colores de forma perfecta, se fueron posando delicadamente en cada sitio donde antes hubo una hoja; mientras el Sol se ponía y lanzaba sus rayos naranjas a ese generoso acto.


Los japoneses vieron todo esto, como al final , ese árbol era el más bello que habían visto jamás, en medio de los demás. Le llamaron Ginkgo. Quedó cubierto de miles y miles de mariposas que aleteaban contentas. El árbol lloraba de felicidad y comenzó a crecer aún más.
Desde ese instante, las mariposas vivían felices en las ramas de su árbol salvador, se turnaban, de manera, que nunca estuviese solo.

Su amistad alcanzó un grado inimaginable, tanto que el árbol ya sentía suyas a sus pequeñas amigas y no echaba de menos a sus hojas, tanto que las mariposas ya no se imaginaban un lugar mejor para vivir.

Y una tarde cualquiera de Primavera como las de ahora, las mariposas, en un último voleteo se fundieron con el árbol y se convirtieron en hojas para siempre, para nunca separarse de él.



Aunque seas un árbol de hoja fina y la lucha parezca que no va contigo, no dejes que mueran las mariposas, ellas tienen aún menos culpa y necesitan de tus ramas. Puede que pierdas tus hojas, pero las ganarás a ellas.

viernes, 16 de abril de 2010

El ciclo del corazón


Nuestro corazón pasa por innumerables estados.
Ciclos que suceden sin fin a lo largo de nuestra vida.

El corazón cuando experimenta un dolor profundo, se sumerge en un estado de
congelación como mecanismo de supervivencia, generando un aislamiento emocional aparentemente impenetrable como el hielo.

El corázón protegido por la armadura del hielo, del no sentir para no sufrir, sin reparar que no sentir es no vivir.

La vida queda suspendida en el hielo. El latir cesa y aunque el corazón esté vivo, parece muerto. Frío, insensible, ausente de su propia vida.

Incapaz de dar y de recibir.

Hielo,una armadura de doble filo, protege y mata a la vez.

Pasión, fuego, dolor y luego el frío. Pero el hielo, como todo, responde a las leyes de la física y expuesto a un mínimo de calor, se convierte en agua.

Comienza el deshielo.

Inevitable cambio de estado ante cambiantes factores internos y externos. El agua fluye. Los sentimientos fluyen, invade la pasión, y el fuego lo cubre todo, aunque siempre estaremos expuestos al dolor, que vuelve a apagar el fuego, a transformar el agua en hielo.


PASIÓN. FUEGO. DOLOR. FRIO. HIELO. AGUA. PASIÓN...


P.D: Tenía que volver a ponerla...

miércoles, 14 de abril de 2010

Mis 6 sentidos te desean buenos días duende


Nada. Silencio. Como siempre. Como nunca, porque nunca soy consciente de ello. Lo imagino. Se que es así. Y que es imposible saberlo, vérmelo, sentirlo.

Respiración acompasada. Nebulosas. Preciosos sueños, o no. Simplemente nebulosas. O que no me acuerdo luego, y me gustaría.

Acurrucada, en una posición distinta a cuando me acosté. Por las noches, recorro toda la cama sin darme cuenta, no paro ni dormida. Desnuda, mi pecho se levanta suavemente al compás de un mechón cerca de mi nariz. Con mis sábanas blancas, sin ribetes bordados esta vez, y la manta hippie azul, donde una mandala dibujada encima me protege del frío. Tengo una pierna fuera, y un brazo también, de medio lado, en el borde derecho de mi cama, en lo más oscuro. Mi pelo se desparramaba desordenado por doquier. Mis nebulosas también. Suspiro profundamente. Inconscientemente.

Es sábado. No hay despertador electrónico, ni humano. No hay nada, ni nadie que venga a despertarme. Solo el Sol. Mi madre me deja la persiana entreabierta. Sabe que no me gusta dormir con luz, pero se lo agradezco, me gusta despertarme con luz natural. Entran los primeros rayos y dibujan un dalmata dorado en mi pared. Yo no lo veo. Pero se que es así.

Pasan horas. El dálmata ya no es tal, ahora los rayos se pelean por colorear entera mi pared de luz. Mi póster de The Beatles recibe el que más luz. Me gusta el traje de John, el que más. Como siempre. Imagine. Como todo esto. Imagine.

El calor ha conquistado mi cuarto. Y la luz también. Rebota en mi cuerpo. Se despierta, antes que yo, siempre. Me revuelvo y me dio media vuelta, como siempre, como si por ese acto la luz desapareciese y las horas de sueño se alargaran. Y no funciona.

Se que he soñado esta noche, y que no me voy acordar de qué.

Se que tengo en la espalda un avión, dibujado por un duende de ojos transparentes, casi.

Mi cuerpo ya se está levantando. Sin darme cuenta empieza a salir del cascarón de sábanas que me envuelve. El sentido del tacto es el más madrugador de todos. Siento en mi piel el suave roze de las sábanas deslizándose marginadas para no darme calor. Es uan sensación tan... natural y libaradora dormir sin nada... desterrando pijamas. Quedo expuesta al calor, la luz. El pelo me hace cosquillas en los hombros, en la espalda. Hace ruido, muy suave, casi imperceptible contra la almohada, y se despierta mi oído. Oye mis piernas luchar contra las sábanas, mi respiración relajada, los pájaros que se posan en la hierba del muro debajo de mi casa, alguna Chopper lejana... Oye otro suspiro, esta vez consciente. Como de: "me rindo, ale, despertaros todos sin mí"

Mi olfato es el siguiente. Huele a... no se... ¿yo? ¿mi cuarto? Sí, a eso. La ropa del día anterior descansa arrugada aun metro sobre mí, desprende olor a mi colonia. Mi mochila guarda dos mandarinas del día anterior, las discriminé por una rica palmera, y ahora se quejan. Olor a mandarinas. Mhmhmmm.

Me pongo boca arriba. Me niego abrir los ojos. Suerte que ese sentido, el de la vista, depende de mí. Ja. Me paso la mano por la frente, apartándome el flequillo. Los abro lentamente. Como si me pesaran. Allí está mi lampara, como todas las mañanas. La sonrío. Y me quedo mil millones segundos boca arriba, disfrutando de como se desperezan mis sentidos, poco a poco. Se saludan.

Me recuesto de nuevo, no cierro los ojos. Disfruto de mi consciencia, pero no la pongo en marcha. Disfruto de mis sentidos, de la gravedad, del peso de mi cuerpo en la cama, de las curvas de la sábana sobre él...

Después, y no sin mucho esfuerzo, alargo el brazo y agarro essas dos mandarinas. Me sonríen, naranjas como ninguna. Las abro y hago una montañita con su piel encima de mi tripa. Me meto un gajo en la boca. Despierto al último que quedaba. El gusto. El más perezoso de todos, si no es por mí no arranca. Pero tiene el mejor despertar. La dulzura de la mandarina inunda mi boca y llega hasta cada fibra de mi cerebro. De golpe.

Me siento. Me meto el último trozo entero. Sonrío. Me pongo la sábana envolviéndome. vaya estupidez, la dejo y corro a la cocina.

Y me doy cuenta de que hay un sentido, mi sexto sentido, que también se despierta todos los días junto con los otros. Lo que no se es cuando exactamente...

...el sentido del buen humor.
Mi favorito.

Buenos días.




sábado, 10 de abril de 2010

¿Una tarde cualquiera?

Ayer volví a montar en moto.

Hacía tanto tiempo que no sentía ese rugido entre mis piernas... casi desde cuando me iba con él y su moto de cross por el campo, a esos descampados, con ese maldito casco sin cristal, fueron buenas tardes aquellas, con la moto, no tan lejanas...
No recordaba lo mucho que me gustaba.


Lidia y yo habíamos quedado para "estudiar". Ni abrimos la mochila. Fuimos al Alcampo hacer la compra. Me dediqué a correr con el carrito los enormes pasillos, mientra Lidia decidía que embutido comprar. La perdí de vista. El carrito corría solo. Me choqué contra una papelera de esas de metal, resonó por todas partes el golpe entre la sección de panecillos y cereales, al segundo, la risa estruendosa de Lidia resonó por todo el pasillo.

*¿Sabíais que los carritos están hechos a posta así? Es decir, que es imposible llevarlos rectos, que se te desvían siempre hacia un lado, y eso es marketing. Hace que tengas que desviarte a los lados donde hay comida. Curioso. Ayer intenté resistirme a la desviación del marketing.
Es imposible.

Nunca más. Un carro lleno a cuestas. Hasta su casa. En bolsas de esas verdes enormes. Necesito un transplante de brazos. A Lidia le encanta el queso, está visto.



Organizamos la compra en su cocina, en silencio, en perfecta armonía. Pusimos música. La vestí, la peiné. Se maquilló. Me descalcé. Saqué mi cámara y me dispuse a retratarla. La iluminación era perfecta. Ha quedado perfecta. Me gusta atrapar la luz en el rostro de alguien.
Y ese Sol parecía acercarse para ayudarme. Cuando acabé estaba satisfecha, había quedado preciosa. Ella me hizo algunas fotos también.
No hay color. A ella se le da mejor estar frente a la cámara, a mí detrás. Está visto.

Sonaba Quique González de fondo. Bajo la lluvia. No se que tiene esa canción que me atrapa.
"Te vi bailar bajo la lluvia, saltando en un charco de estrellas, esperando a la luna llena... Volverás a reírte, de veras, si te quedas conmigo". Últimamente no paro de oírla.







Quería hacer fotos en el campo. En esas enormes extensiones de hierba verde con flores amarillas altas que crecen ahora por todos los lados. Lidia propuso ir en moto. A mí se me iluminó la cara. No teníamos carnet. Ni miedo. Nos daba igual.

Se me acabó la batería de la cámara. Las dos. Mierda. Las dejamos cargando con la casa patas arriba. Bajamos corriendo a por la moto.

Lidia iba vestida con unas sandalias de verano, un vestido de gasa verde corto y una rebeca marrón. Y el casco en una mano. Yo llevaba el casco, unas converse, un vestido de lino blanco corto de tirantes y una chaqueta. No nos dimos cuenta.



Sacamos la moto a la calle. Estuvimos 20 minutos intentando arrancarla. Ella no podía con sus sandalias. Me puse yo. Nada. Hacía mucho que no se cogía. Lo seguí intentando hasta que pasó una familia. El padre se nos acercó y nos ayudó. La estábamos ahogando al dar al acelerador cuando arrancábamos. Vaya tontas. Arrancó.
Ese sonido hizo palpitar nuestra ansia de adrenalina. Ya estaba anocheciendo, el cielo estaba naranja. No subimos a por la cámara. No subimos a ponernos algo menos fresco. Ahora solo nos importaba la moto. Nos montamos. Nos pusimos los cascos. Y los guantes de cuero.
Ahora si que había que usar el acelerador.
Nos tiramos a la carretera.

Y salimos al atardecer de su zona residencial.
Apreté los muslos contra la moto, la vibración de la adrenalina. Me veía por el retrovisor con todo el pelo en la cara. Gritamos enfurecidas. Canté, Born To Be Wild (como en Easy Rider, magnífica película, algún día tendré una Harley-Davidson).
Aceleramos aun más cuando salimos a la carretera.
Las laderas de flores amarillas pasaban a toda pastilla a nuestro lado. El viento parecía echarnos una carrera en sentido contrario.
Entonces fuimos conscientes que no se puede ir con esas pintas en moto. De casualidad llevábamos chaqueta. El vestido se nos había subido hasta... Lidia no paraba de gritar que todo Madrid iba a saber del color de su ropa interior. Yo no paraba de reírme. Tenía mis dos piernas con la piel de gallina, el vestido había desaparecido de allí. No podía tapar a Lidia, con la moto, taparme a mí...
Parecíamos Marylin Monroe con su vestido.


Empezamos a reírnos histéricas.
Veíamos como la gente en sus coches nos miraba entre divertidos y sorprendidos.

Pero nos daba igual. Era una sensación de absoluta libertad. Dejamos de preocuparnos por eso, que la moto corriese, que el viento jugase con nosotras.

No importaba nada en ese momento, NO había nada como correr esa noche, sentir la velocidad, el rugido del motor debajo de ti, el viento por cada rincón de nuestra piel desnuda, tu voz perdida en la noche...

1ºfoto: Yo en la cross de Diego, por Diego.
2ªfoto: Yo por Lidia.
3ªfoto: Lidia por mí.
4ªfoto: Lidia y el Sol por mí.
5ªfoto: Yo y la luz.
6ªfoto: Lidia barroca (jajaja)
7ªfoto: Yo hippie
8ªfoto: esas flores amarillas que digo
9ªfoto: Marilyn por... no lo se.
10ªfoto: Telma y Louis.


TU Y YO IGUALITAS QUE TELMA Y LOUIS



jueves, 8 de abril de 2010

Miel de libélula

Y te di el olor, de todas mis dalias y nardos en flor..

Y te di el tesoro, de las hondas minas de mis sueños de oro...

Y te di de la libélula la miel, del panal moreno que finge mi piel…

¡ Y todo te di ¡
como una fuente generosa y viva…
para tu alma fui.

Y tú, dios de piedra,
entre cuyas manos , ni la yedra medra…Y tú, dios de
hierro, ante cuyos ojos velé como un perro…

...desdeñaste el olor, la miel y el oro.

Y ahora retornas, libélula sin color, como un mendigo de amor. A buscar las dalias, a beber la miel, a implorar el oro...

A pedir de nuevo, todo aquel tesoro

miércoles, 7 de abril de 2010

Colores


Blanco para soñarte
rojo para sentirte
azul para calmarte
lila para quererte
marrón para acariciarte
verde para alegrarte
rosa para encantarte
negro para besarte
amarillo para soportarte
naranja para comerte...

...y el arco iris para amarte.

martes, 6 de abril de 2010

Esa casa repleta de gente

Esta Semana Santa, en parte, me ha recordado un poco a Navidad. En mi casa. En Burgos. Estaba igual de llena que entonces. Me llaman mis primos a ver cuándo voy. Estoy yendo.
Dormida en el trayecto, como siempre. Porque no me dejáis hacer a mí.

Los de Madrid somos los últimos en llegar. Mi hermana me da un codazo. Dice que me despierte. Ya veo la fila de casitas blancas adosadas, la puerta blanca a lo americano es la de mi abuela.
Está entreabierta. Nos esperan. Ya estamos.

Salgo de coche con pelos de loca y corro a la casa, ignorando a mi madre diciendo que agarre la maleta. Bastante tengo con mi tortuga a cuestas... ¿Sulo se mareará durante el trayecto? Sospecho por el olor que sí. Empujo con el culo la pesada puerta, entro, gritando que ya he llegado. En el hall no hay nadie, dejo a la tortuga en el suelo y entro en el gran salón de la derecha, me choco con mi abuela. Cada vez es más menudita. Y sus ojos más azules.

-¡Sara! -Me besuquea-. ¿Has crecido? ¡Qué pelazo tienes ya guapa! Pero... ¿qué pasa? ¿en Madrid no te dan de comer? ¡¡Estás hecha un palo!!
-Anda abuela...

La besuqueo. Siempre me dice lo mismo. Para ella la del pelo más largo. La más guapa. La más alta. La más palillo. La más.

Al minuto. Mi madre.

-¡Sara! ¡Quita la rana de ahí!
-¡¡ tortuga, es una tortuga !!
Mi hermana y yo ya nos hemos sincronizado para gritar esto.

Entro a la cocina, pegada al otro salón-comedor de la izquierda. Oigo risotadas en el piso de arriba. Allí están muchos de los que somos, no todos lo que somos. Mi padre riéndose a carcajadas con mi tío. Mi tío, me encanta, se ríe, mientras coge a su hija pequeña, mi primita, y se la pasa por detrás de la cabeza. Que bruto. Mi tía, peina a mi otra prima. Su hermana. Mi otro tío se dedica a mirar de reojo esas morcillas que descansan, por poco tiempo, sobre la mesa. Mi abuela corre al fogón.

Din Dong. Mi tiabuela. Me besuquea, mis primos segundos van entrando en hilera. Uno, dos, tres. Hay que traer más sillas. Más toc toc a la puerta. Bajan del piso de arriba. Mis primos. Siguen con sus melenas. Uno ya ha tenido una hija preciosa, con una preciosa alemana. Me abrazan, me cogen, me pegan. Me río. La tortuga la suelto en el jardín.

-¡Abuela! Ya tienes dalias. ¡Y pensamientos! ¿Las fres...?
-Si, si... las he cogido esta mañana, están en ese tarro en la terraza. Baja a la despensa, hay nata.

Falta alguno más. No cabemos todos en la mesa.
¿Por qué todos tienen los ojos azules menos mi hermana y yo? Que alguien me lo explique...
Cada mayor con un pequeño a cuestas. Vamos todos a ver a los otros abuelos. Mi abuela, de ojos verdes, siempre va descalza y ha hecho canelones. Ñam. Mi prima favorita, como dos gotas de agua, igual de locas, aparece con las zapatillas de estar por casa que siempre me pido yo. Tradición familiar, en casa nada de zapatos, solo calcetines, o zapatillas o delcalzos.

-¡Ven aquí María!
Corro.
-Sara, déjame... ¡abuela!
Se las quito.

Me choco con mi primo, más alto que yo y a este paso más sobado también, la edad del pavo. Mi tía ya ha empezado a comer, mi prima se dedica a darle el pecho a su bebita. Otra con los ojos azules. Lo hacéis aposta. Mi padre se dedica a hablar con sus 2 hermanos sobre cosas de ingeniería. En fin. Y sus mujeres, de que caro está todo. Que originales. Acabamos de comer. No podemos más.

-¿Flan casero? Trae, trae.

Poco a poco, la gente se levanta, disimuladamente. Sin hacer ruido. Desaparecen con prisa por la puerta. ¡Mierda! Siempre se me olvida que las camas son limitadas, nos miramos los jóvenes. Otra tradición familiar, la siesta. Imperdonable. Nos levantamos estruendosamente y corremos por los pasillos y las escaleras a por las últimas camas libres.

-¡Au!
-Perdón abuelo...
-El sofá del salón de la tele creo que est...

Ya estamos corriendo a por él. Ya hemos roto algo. Acabo en la alfombra con 7 cojines. Con tanta comida en el estómago voy lenta. Mi tía no perdona la novela. Los demás la vemos sin ver. Nos vamos quedando dormidos. El Sól entra tímido por las rendijas de las ventanas, me hacen entrecerrar los ojos y suspirar de comodidad. Muchas respiraciones pausadas alrededor, estómagos llenos descansando, parpados vencidos.

Me giro buscando el Sol. Es perfecto. Ronroneo. Me hago un ovillo. Dejo la mente en blanco, me duermo... Ya verás tú por la noche para dormir...

Perfecta sincronización en la manada. Los pocos machos que vencen la tentación de la siesta juegan al chinchón en la cocina, las hembras dormitan mientras cotillean de nosotros, los miembros alfa duermen en las mejores camas, los cachorros descansamos en cualquier lugar del salón.

Y el Sol ve todo esto.
En ese momento no hace falta nada más, tan sencillo, como esto. Sin tener más importancia.
Pero me gustan esos momentos.






lunes, 5 de abril de 2010